Retrotráete.
Has de verte envuelto, de nuevo, en la niebla antigua.
Cuando escudriñaste la rosa de los vientos,
A la búsqueda de un rumbo para el que hubieras nacido,
Te retrotraes, a la antigua perplejidad,
Cuando, abriendo los ojos, extrañaste las irreconocibles imágenes,
De un error o de un planeta que sospechaste te sería para siempre ajeno.
Llamaste, curioseando, a las distintas puertas.
Solo entreabiertas, para ti solo, buscando, tan siquiera, un atisbo de acogida.
No lo hubo, no podía haberlo.
No eran hogares para ti, sino guaridas.
La desconfianza era instantánea, reciproca, mutua.
No puedo decir quien la comenzaría primero.
Fue. Fue previa.
Previamente a cualquier acto, estaba.
Estaba ahí, predefinida.
domingo, 10 de mayo de 2009
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