Dudar es detenerse, mirar atrás, morir.
Si , crédulos o indefensos, permitimos que alguien o algo nos distraiga
o inyecte la duda en la decisión tomada, nos mata.
Si somos nosotros mismos, los artífices del tal acto,
nos estamos dejando morir.
La duda es la muerte, si la vida es la fe.
Pues hay que creer, si, pero hay que saber matar a la muerte también, para vivir.
Y para matarla basta el deseo.
Y si este existe, apareja al gozo.
El sólido deseo de mantener alejada la peligrosísima duda,
No permitir, siquiera, exponernos al alcance de su insidiosa palabra.
Preludio siempre del buscado derrumbe total.
domingo, 10 de mayo de 2009
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