jueves, 17 de septiembre de 2009

Sé, mientras escribo.

Se, mientras escribo
que estas palabras que dibujo no llegarán, casi seguro,
ante tus ojos.
Y si lo hiciesen, porque la casualidad existe,
habría pasado mucho tiempo
y te alcanzarían tan carentes de vida
como escenas filmadas de muerto.
Sin potencia.
Puede que llegue, algún día, el momento; porque también es posible.
Pero, en mi, la palabra que tal vez mires inerte, anda hoy viviendo.
En mi corazón agrede el sentimiento que la acompaña
como un ácido novedoso,
del que no supiera, salvo el efecto; que sufro.
Y es cierto: la palabra agrede
aunque quizá no logre nunca la intensidad
del silencio.
Los que posees son locuaces.
Los traes precedidos por alborotos
con que construyes murallas infranqueables,
sin esperanzas ni rendijas.
Con las que encierras,
mientras yo me dejo.
sin esperar voz ni palabra en un juicio
que jamás se celebra.
Ni habrá de hacerlo.
No hay audiencia. Ambos sabemos el resultado. ¿para que engañarnos?.
Mis silencios, ¿ves?, no son iguales.
Callaron palabras que hubieran dañado fuera.
y, al hacerlo, me demolí dentro.
Callé, sí. Confieso haberlo hecho.
Aunque sabía que mi silencio levantaba
la pared continua que hoy me aísla,
la que tu observas, indiferente,
como al alcorque
donde un árbol, una especia ajena,
quedase apartada para siempre
de las semillas de vida
que quiso engendrar dentro.
Y difundirlas lejos.

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